Han pasado horas, incluso días, sin escuchar mi propia voz. Mis labios apenas han pronunciado algunos monosílabos y, al pronunciarlos, suenan roncos, fríos... siento que no es mi voz pese a que el sonido sale de mi garganta. El silencio resulta reconfortante si lo comparamos con el sonido de mi voz extraña, porque el dolor que expresarían mis palabras sería demasiado real.
Han pasado lo que parecen largos días sin dormir, sin comer, con un dolor anclado en el pecho, con miedo a sonidos que me resultan familiares, sin esperanza... Miro hacia delante y sólo veo días así.
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